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¿Contamos un cuento? La ilusión


Érase una vez, un pequeño pueblo situado en la provincia de Cáceres, que en tiempos pasados había sido próspero y prometedor.

En los últimos años, las sequías consecutivas habían destruido poco a poco los campos, secado ríos y arroyos y habían reducido las cosechas a unas pocas patatas y legumbres, que con un poco de suerte podían sobrevivir con poca agua. El verdor de los bosques se había tornado terroso y apagado, casi sin vida.

Las escasas cosechas habían provocado, por primera vez, dificultades en muchas familias. Con muchísimos esfuerzos apenas podían alimentar a sus hijos, en muchas ocasiones privándose los mismos padres de cenas y esforzándose con duros ayunos. Seguían trabajando de sol a sol, con la vista fijada en el cielo y esperando esa gota de agua que nunca acababa de llegar.

Otras consecuencias no se hicieron esperar. Las hambrunas trajeron consigo enfermedades. “La mano negra” la llamaban algunos. Consumía a la persona hasta que le dejaban los pulmones vacíos y sin vida. Esta despiadada enfermedad se cebaba piedad, en especial de ancianos y pequeños.

- Mi pequeño Mario, ¿Qué habré hecho yo para merecer este castigo? – lloraba Matilde, una joven madre desconsolada del pueblo – si sólo tenía dos añitos, ¡por todos los cielos! ¿Por qué no me has llevado a mi? ¿Por qué, Dios?

Nada ni nadie lograba consolar a Matilde, estaba perdida y abatida, como tantas otras madres, padres y abuelos del pueblo.

Atrás quedaban esos días en los que el sol brillaba y los niños reían y jugaban por la calles. Atrás quedaban los grandes banquetes, las fiestas..., todo parecía perdido, no había esperanza.

De pronto, una mañana, llegó una mujer al pueblo. Su cara reflejaba templanza y serenidad. Nadie la había visto por allí antes. Sus ropajes, aunque sencillos, eran elegantes y los portaba con gran solemnidad. Llevaba una gran caja de madera con ella. La caja tenía incrustaciones de piedras, parecían simples piedras del camino pero todas ellas estaban colocadas dibujando círculos entrelazados.

Matilde se acercó a ella y le dijo:

-Mujer, no sé que te ha traído por este pueblo. Pero te aconsejo que te alejes. Todo aquí es tristeza y destrucción. No hallarás ningún bien, nada que pueda serte de ayuda. Si te quedas aquí, sólo hallarás tu propio fin.

- Señora – respondió la forastera – no hay lugar mejor en el que pueda llegar. Cuando nuestras almas están perdidas, cuando hemos tocado fondo, podemos resurgir de nuestras cenizas, cual ave fénix y resurgir fortalecidos.

- Con todo el respeto señora, dígame si ese ave fénix me va a devolver a mi pequeño Mario – dijo entre sollozos mientras señalaba el pequeño féretro.

- Siento su pérdida. La vida trae consigo multitud de experiencias y en ocasiones sufrimiento. De todo ello tenemos que hallar una lección y una razón para seguir adelante.

-Yo no puedo vivir así! ¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi pequeño?

- Los porqués de la vida nos arraiga a nuestro pasado y nos aleja de nuestro futuro…

- ¿Qué futuro puedo esperar yo?

- El que tú desees tener.

- Eso no tiene sentido.

- Tiene el sentido que tú le quieras dar.

- ¡Pero no depende de mí!

- No todo depende de nosotros en esta vida, hay algo más grande que nosotros, pero si que podemos hacer algo.

- ¿Y qué es?

- Puedes empezar las acciones, los pasos para crear tu futuro.

- Pero estoy perdida, ¿qué es lo que puedo hacer?

- Por eso he venido hasta aquí, para ayudarte a hacerte las preguntas adecuadas…y encontrar tus respuestas.

- Eso no me ayuda a mucho, no sé lo que quiero, no veo ningún futuro.

- Mira Matilde, esta caja.

Matilde mira incrédula esa caja de piedras circulares.

- Si lo deseas, en esta caja hallarás la guía a tus preguntas.

- Ya no creo en nada.

- Yo te ofrezco la caja, tu decides si quieres abrirla.

- ¿Qué más puedo perder, si no me queda nada?

- Ahora se trata de que puedes ganar…

- De acuerdo, abriré la caja… - no muy convencida, pero con la curiosidad llegada de nuevo que caracterizaba a Matilde, decidió probar suerte.

Abrió la caja y dentro había una cajita más pequeña que ponía “Matilde”.

Recogió esa pequeña caja y de pronto, la extraña mujer y la caja de piedras circulares desaparecieron. Matilde no reparó en ese momento pero ya no estaba centrada en esa mujer, ya no estaba enfocada en su oscuro pasado. Ahora estaba aquí y ahora. Con “su” caja. En su interior, se escondía su regalo, ¿qué sería?

En ese momento se sentía como la niña que fue, cuando en la noche de Reyes sus regalos la esperaban debajo de la chimenea humeante. Podía oler ese momento. Recordaba la voz de su madre, recordaba sus palabras “nunca hay que perder la ilusión, los Reyes siempre se acuerdan de nosotros”. Recordaba a papá, llegando del campo cansado, pero siempre con su amplia sonrisa que derrochaba a la niña de sus ojos.

La vida había sido siempre generosa con ella, las cosas habían cambiado mucho hasta entonces. No lograba entender lo que había cambiado. Decidió olvidar todo eso y atender a ese nuevo regalo. Abrió la caja.

Sus ojos volvieron a regalar lágrimas, pero ya no eran de tristeza. Esta vez no. En el papel había unas letras grabadas en tinta azul, grandes y claras. ILUSIÓN. Ese era su regalo. Se acababa de dar cuenta que la ilusión la había abandonado en los últimos tiempos. Ahora la volvía a tener, gracias a esa mujer misteriosa. Su pequeño hubiera querido que la recuperara, de eso estaba segura.

Así Matilde, inició su nueva ILUSIÓN. Juntó a todos los habitantes del pueblo y les explicó su historia. Pronto empezaron a ilusionarse con ella. Pronto empezó el sol a brillar y a caer la esperada lluvia de primavera. Los campos volvieron a florecer y los árboles a recuperar su verdor. En poco más de seis meses las cosechas resurgieron con más fuerza. El pueblo volvía a tener un futuro prometedor.

Después de un año Matilde acunaba a su pequeña recién nacida en brazos.

-Tu nombre será Aida – afirmó Matilde – porque tu has sido el regalo del cielo, esa ilusión regalada en la caja que me hizo seguir adelante. Nunca más perderé la ilusión, la esperanza, porque hay mucha más grandeza fuera de nosotros que nos guía, hay mucho más fuera que tenemos que descubrir. Tu hermanito seguirá a nuestro lado y nos guiará en el camino…

FIN.

No dejes nunca que la ilusión te abandone. Lucha siempre por lo que quieres y hallarás ese regalo. Ilusión, esa palabra bonita y con todo lo que puede significar para cada uno y cada una de nosotr@s.

Autora: Maria José Valenzuela - todos los derechos reservados

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