Las emociones son esos estados complejos psico-fisiológicos dónde un acontecimiento externo (en la mayoría de las ocasiones) nos provoca una serie de activaciones en nuestro organismo, como el aumento del pulso, sudoración, presión sanguínea, etc) que nos lleva a una poner en marcha una acción concreta.
Las emociones son adaptativas, es decir, existen para facilitarnos la supervivencia en el entorno en el que vivimos. Si observas detenidamente, los bebés ya nacen con emociones innatas, no aprendidas. Estas son las que denominamos emociones primarias, que son básicamente seis : la alegría, tristeza, miedo, sorpresa, ira/enfado y asco/disgusto. Si observas a un bebé, podrás identificar todas estas emociones en reacción a diferentes estímulos externos.
Con el tiempo, aprendemos, observamos el entorno y vamos integrando emociones más complejas, denominadas secundarias. Aquí podríamos encontrar combinación de dos o varias primarias, incluso con "adornos" cognitivos, con mucho contenido en lo que pensamos sobre ellas. Aquí podríamos hallar tan diferentes como el afecto, la vergüenza, decepción e incluso el amor.
¿Emoción o sentimiento? Me gusta diferenciar ambas ya que aunque las utilizamos como sinónimos, realmente no lo son. La emoción no se puede controlar, sucede. Esto es porque el acontecimiento externo provoca una emoción directamente en nuestro cerebro primitivo, en unas áreas muy internas como el hipotálamo y amígdala. A partir de aquí nuestro cerebro racional recibe diferentes señales, una vez ya se ha desatado la cadena de reacciones físicas en nuestro organismo.
Una vez procesada mentalmente esta información, acontece el sentimiento, eso que sentimos desde nuestra racionalidad.
Aún así, existen diferentes posturas si un sentimiento puede actuar como estímulo a una emoción o viceversa. ¿El huevo o la gallina? Hay que tener en cuenta que son reacciones que suceden en milisegundos y que de una manera u otra finalmente acabamos procesando mentalmente.
Aquí es donde entra en juego nuestra inteligencia emocional. Entendemos por inteligencia emocional aquella capacidad de ser consciente y gestionar tus propias emociones, así como identificar y gestionar eficientemente las de los demás.
En nuestra infancia, nos han educado en muchas cosas, sin embargo cómo gestionar nuestras emociones, no está normalmente entre una de ellas.
“No llores”, “no te enfades” son frases que han marcado nuestros primeros años de vida. Llorar o enfadarse es totalmente sano, no debemos reprimirlo. Lo que sí podemos controlar es nuestra conducta a ese enfado. Si me enfado y doy un golpe a la puerta, evitar ese golpe es lo que podemos aprender a controlar.
Educar las emociones saludablemente debería ser una asignatura indispensable para todos aquellos padres que se responsabilizan de una buena educación de sus hijos.
Partir de una buena autoconsciencia emocional es la base indispensable para poder gestionarnos mejor cada vez que tenemos esa emoción. Identificar en qué situaciones y cuáles son los pensamientos que conectan con esa emoción. Analizar nuestros patrones emocionales, nuestras dependencias, nuestros conflictos y dificultades para controlarnos es una de las etapas del proceso de coaching que no se puede obviar.
Ser más inteligentes emocionalmente hablando, nos llevará a alcanzar nuestros objetivos de una manera más clara y sentirnos más cómodas en nuestra propia piel.
Maria José Valenzuela
mvcoach